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FIESTA LITURGICA

El Año Litúrgico de la Liturgia de rito Latino-Romano, en su compleja realidad y estructura, tal como hoy lo conocemos, es el resultado de una maravillosa obra pastoral de la Madre Iglesia que, en el cumplimiento de su misión de anunciar el Evangelio y de realizar la salvación mediante el Sacrificio y los sacramentos (cf. Sc 5), no ha dejado de multiplicar y hacer efectivo los modos de presencia divina del que es su Cabeza y Esposo: Jesucristo nuestro Señor, que le envía sin cesar el Espíritu Santo en orden a esta misión.

El Año Litúrgico es un medio dé la mistagogía de la Iglesia que debe introducir a los hombres y mujeres, a todos y a cada uno, en el Misterio Pascual de Jesucristo Como tal medio de la mistagogía de la Iglesia no se ha formado en un día, sino que ha requerido siglos de vida litúrgica y de acción pastoral. En el proceso de formación del Año Litúrgico se encuentra la configuración paulatina de la memoria de la Santa Madre de Dios. Veamos un poco cómo se ha originado y definido esta memoria.

En los cuatro primeros siglos.

En la Liturgia de la Iglesia Apostólica y Subapostólica no hay ni siquiera indicios de la existencia de un año litúrgico cristiano. La Iglesia ha nacido del resto de Israel que ha reconocido al Mesías y ha recibido la efusión-donación del Espíritu Santo prometido para los tiempos mesiánicos (cf.Hech.2).

En aquel momento histórico que transcurrió entre la muerte y resurrección del Señor y el comienzo déla misión del Iglesia, cuando el Resucitado se dejó ver de algunos elegidos y les instruyó acerca de las cosas tocantes al Reino de Dios (cf. Hech. 1, 14), María estaba todavía en esta tierra, formando parte grupo de los discípulos y siendo, con su presencia física en la espera del manifestación del Espíritu (cf. Hech. 1,4), un signo vivo y una referencia visible al Señor que había prometido: "Donde quiera que estén dos o tres reunidos en mí nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20; cf. 28, 20).

La presencia de María junto al grupo de los discípulos, presencia definida por la oración y la aceptación de ¡a Palabra Divina, como había ocurrido en Nazaret, en Belén, en el templo de Jerusalén, en Cana de Galilea y junto a la cruz de Jesús, tenia que continuar una vez que ella y los otros "testigos oculares" desaparecieran del escena de este mundo. La presencia de los "testigos oculares y ministros de la Palabra" y en particular la presencia déla "mujer" (cf. Gal 4,4Jn 2,4; 19,26) que "conservaba todas las cosas meditándolas en su corazón" ( Le 2, 19. 51), dio paso ala lectura de lo que San Justino Mártir llamó hacia el año 160 "las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas" (I Apol 1, 67), es decir, la proclamación de las Escrituras, éntrelas que se encontraban ya los evangelios y los restantes escritos del Nuevo Testamento.

Esta es la primera fuente del culto de veneración que poco a poco empezó a tomar cuerpo en las comunidades cristianas para con la Madre de Jesús (Cf. Hech 1,14; Jn 19, 25 ss.). La Iglesia, como recuerda el Vaticano desde el día de Pentecostés "nunca ha dejado de reunirse para celebrar ei misterio pascual, leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura (Le 24,27) y celebrando la Eucaristía, en la cual se hace de nuevo presente la victoria del triunfo de su muerte" (SC 5). En esta evocación-proclamación de los acontecimientos de la salvación, especialmente del Misterio Pascual, a la luz délas Escrituras y sobre la base de lo consignado en ellas, afloraba espontáneamente en la Iglesia el amor y la veneración hacía la que tanto tuvo que ver en aquellos acontecimientos. Más aún, muy pronto la penetración en el sentido cristológico de las Escrituras del Antiguo Testamento bajo la luz del Espíritu Santo, tuvo que fijar su atención en aquellas páginas bíblicas y en aquellas figuras que anunciaban el singular papel de María en la obra de ¡a salvación.

El primer testimonio que conocemos acerca de lo que María representaba para las comunidades cristianas de los dos primeros siglos es una frase de la famosa homilía de San Melitón de Sardes sobre la Pascua, a mediados del siglo II en una comunidad judeocristiana. Al recordar que Cristo es la Pascua de nuestra salvación, en el pasaje central de la homilía, se lee este bellísimo texto:

El es quien se hizo carne en una Virgen,
Quien fue colgado del madero
Quien fue sepultado en la tierra,
Quien resucitó de entre los muertos,
Quien fue elevado a las alturas de los cielos.
Él es el Cordero sin voz,
Él es el Cordero degollado.
Él es el nacido de María, la hermosa Cordera.

El calificativo de "hermosa Cordera" que se da a María en este pasaje que une el misterio de la Encarnación al Misterio Pascual, reúne los sentidos de "buena", "inocente", "inmaculada", "virginal", en expresa aplicación a la madre de Cristo del título que 1Pe, 19 da al Cordero pascual "sin defecto ni mancilla".

La mención de María en este texto litúrgico ha brotado conscientemente en los labios de su autor desde el momento en que ha unido la Encarnación al Misterio de la Pascua. La realidad de este misterio no sería tal si el Hijo de Dios no se hubiese hecho carne en María. Y para encarnarse el Cordero "sin defecto ni mancilla" necesitaba " una hermosa Cordera", semejante a él, es decir, virginal, inmaculada, inocente, buena.

En otro contexto literario litúrgico, en la Tradición Apostólica llamada de Hipólito, un siglo más tarde, aparecen dos alusiones a la Virgen María de gran importancia también: una se encuentra en la plegaría eucarística que sigue !a ordenación episcopal y la otra en el interrogatorio bautismal que acompaña a la inmersión en el agua (ed. B. Botte. nn. 4 y 21). En ambos casos se emplea una fórmula análoga: "que nació del Espíritu Santo y de María Virgen". La fe de la Iglesia en este misterio, expresada tanto en el marco de la evocación de la historia de la salvación en la „ plegaria eucarística como en el marco de la celebración del bautismo, no puede prescindir de la mención explícita de sus protagonistas: el Espíritu Santo y la Virgen María.

Pero todavía no se puede hablar de un verdadero y propio Año Litúrgico, aunque existan indicios de alguna fiesta cristiana además de la Pascua, como los primeros vestigios de la fiesta de la Epifanía en el siglo II. En el siglo IV ya es otra cosa. Ya se perfilan los grandes ciclos de Navidad y Pascua entorno a las dos solemnidades que les servirán de eje. En efecto, la primera noticia de la fiesta de la Navidad procede del Calendario Filocaliano copiado en el año 354, aunque se remonta al menos al año 336. La fiesta se extendió rápidamente por el mundo cristiano, de modo semejante a lo que ocurrió con la fiesta de la Epifanía, originaria de Oriente. A finales del siglo IV Navidad y Epifanía daban lugar a una importante producción homilética en el que juegan un papel decisivo los evangelios de la infancia de Jesús. En este contexto emerge una doctrina sobre la Virgen que se detiene en su vocación excepcional de cooperadora de la obra de Cristo. La santidad y grandeza de María aparecen inmersas en el misterio de la Encarnación. En particular los Santos Padres se detienen en la maternidad virginal como una condición de máxima conveniencia para que el Hijo de Dios se hiciese hombre.

Hacia el año 384 la peregrina Egeria describe en su Diario de Viaje la fiesta de la Presentación del Señor en el templo y la purificación de Nuestra Señora, a los cuarenta días de la celebración de la memoria de la Madre junto a la conmemoración de un acontecimiento protagonizado por el Hijo.

Después vino la configuración del tiempo de Adviento, cuyos orígenes se remontan también al siglo IV, como un tiempo de preparación para la solemnidad del nacimiento del Señor mediante el recuerdo de la gloriosa venida al fin de los tiempos. El Adviento ofreció también la posibilidad de poner de relieve la figura de María, hasta el punto de venir a ser en lugares un tiempo litúrgico marcadamente mariano.

Después del Concilio de Éfeso.

El año 431 tuvo lugar, como es sabido, el Concilio de Éfeso, concilio cristológico y mariológico que define a María como la theotokos, la Santa Madre de Dios. Este acontecimiento provocó una explotación de exaltación de la Virgen María en toda la Iglesia. La plegara litúrgica, los himnos (como el célebre akátistos), la dedicación de las iglesias y la institución de fiestas propiamente marianas son otros tantos testimonios del impulso que este concilio dio al culto litúrgico déla Virgen María.

La primera fiesta mariana conocida de esta época es el 15 de agosto, el Día de la Madre de Dios María, como la denomina el Leccionario Armenio de Jerusalén. La fiesta surgió con motivo de la dedicación de la iglesia Kathiusa levantada por el obispo Juvenal (+ 458) que había apoyado a San Cirilo en la controversia antiarriana. La fiesta tenía como objeto la maternidad divina de María, hasta que, por influjo de los escritos apócrifos (Protoevangelio de Santiago, y la narración del Tránsito de María), se convirtió en la memoria de la glorificación de María (dormición o asunción a los cielos), es decir, en el día de su natalicio para el cielo como en el caso de los mártires.

Una segunda fiesta aparece también en Jerusalén, en el siglo V, con ocasión de la dedicación de una pequeña iglesia junto a la piscina de Betsaida el 8 de septiembre. Un siglo más tarde se relaciona este lugar con el nacimiento de la Virgen, con lo que la fiesta se centra en este momento de la vida de María. Todavía se da en Jerusalén una tercera iglesia y con ello una tercera fiesta en honor de María, esta vez el 20 de noviembre, que recuerda la presentación de la virgen en el templo en claro paralelismo con la fiesta de Hipapante.

El concilio de Éfeso influyo quizás también en la creación de la fiesta de la anunciación del Señor el 25 de marzo en Constantinopla o en Asia Menor a mediados del siglo VI, extendida después a otra Iglesias. La situación de esta fiesta obedece sin duda a su relación con el 25 de diciembre, y desde el principio es una fiesta del Señor, aunque con una fuerte connotación mariana. En las liturgias occidentales la celebración de la Anunciación del Señor tenia lugar en uno de los domingos de Adviento, que se había convertido en una fiesta mariana como había ocurrido en Molán. No obstante, el año 056, en el X Concilio de Toledo, se planteó la posibilidad de tener una fiesta propiamente mariana similar a la del 25 de marzo, de cuya celebración habían llegado noticias al concilio. Sin embargo, en !a Liturgia Hispánica se observaba inflexiblemente ia norma de no celebrar ninguna fiesta durante la Cuaresma. Por ello instituyen la fiesta de Santa María e! día ¡8 de diciembre, ocho días antes de Navidad. Presento a continuación la determinación conciliar:

Se establece que ocho días antes del nacimiento del Señor, se celebre igualmente con solemnidad la fiesta de su Madre. Se debe esto a que conviene que, por e! mismo título de honor, al igual que siguen de inmediatamente ocho días la Navidad del

Hijo, se prorrogue otros tantos días la solemnidad sagrada de la Madre. ¿En qué

consiste, pues, la fiesta de la madre, sino en la encarnación del Verbo? Este concilio de Toledo estuvo presidido por San Eugenio, y a el asistían San Fructuoso de Braga, San Quince de Barcelona y sobre todo, Sen Ildefonso que todavía era abad de Santos Cosme y Damián de Agalia y al que se le atribuyen textos de la misma mariana de la Liturgia Hispánica, hasta que 3 siglos mas tarde se introdujo la fiesta de la asunción el 15 de Agosto.

En Roma, antes del siglo VII, existen vestigios de una fiesta de Santa Mana el día 1 de enero, a los ocho días de la Navidad. Algunas piezas al formulario de la misa de esta fiesta fueron a parar, según la autorizada opinión de algún autor, a la misa del 25 de marzo, cuando la fiesta oriental de la Anunciación del Señor y las restantes fiestas creadas en Jerusalén llegaron a Roma entrado el siglo VII. De hecho las únicas fiestas marianas que nos han conservado los antiguos sacraméntanos romanos son cuatro, dotadas todas de ellas de procesión por el Papa Sergio I (687-701): la

Presentación del Señor, la Anunciación, la Asunción de la Virgen y la Navidad de María. Hasta la llegada a Roma de estas fiestas, si se exceptúa la hipotética fiesta del 1° de enero, la memoria litúrgica de la Santa Madre de Dios no tenía otros apoyos que el ciclo de Adviento-Navidad-Epifania y ía mención de ia maternidad de María en el Canon Romano:

Texto que hay que relacionar también con la definición del concilio de Éfeso.

Hemos celebrado la fiesta litúrgica de la Santísima Virgen de El Pueblito, el IV sábado después de Pascua. Sabemos que la cincuentena pascual se vive "como un solo día" para celebrar el triunfo de Jesús sobre la muerte, entonces ¿Cómo es que una fiesta mariana, de este tamaño, encuentra lugar en este tiempo litúrgico, central en la vida del cristiano?

En la presente reflexión, Fr. Hugo Córdova, rector del Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito nos ofrece luz sobre el tema, que hemos iniciado en el número 7 (abril de 2006) de esta revista. Ahora les ofrecemos la segunda parte de este interesante artículo.

A tendiendo a los datos históricos en Y en relación al culto litúrgico y la Santísima

Virgen de El Pueblito, constatamos que la fiesta y Solemnidad de Nuestra Madre santísima de El Pueblito se celebra el sábado II después de Pascua, para la Diócesis de Querétaro, con la aprobación del Papa León XIII el día 3 de julio de 1903. En el

Santuario y en la Provincia Franciscana de San Pedro y San Pablo d Michoacán se celebra el IV sábado después de Pascua, con la aprobación del Papa Benedicto XV el día 13 de noviembre 1918, a petición del Provicario de la Diócesis, Sr. Canónigo Don Pedro Vera y Zuña y del M. R. P. Fr. Buenaventura Tovar, O.F.M., Comisario Provincial.

Por su parte. Las Normas Generales para la ordenación del Año Litúrgico, n. 15; Principios y Normas para la Liturgia de las Horas, n. 140, nos dicen que en los sábados del tiempo ordinario en los cuales esté libre el día del Calendario, se puede "hacer memoria de Sancta María in sabbato".

Ante estas normativas y, tomando en cuenta lo dicho anteriormente sobre la escasa mención de María en la liturgia pascual, cabe hacernos una primera pregunta: ¿Porqué una celebración de tinte mariano dentro del tiempo pascual?

Para poder responder a esta cuestión, debemos responder a otra pregunta: ¿Cuál es el sentido de la celebración mariana dentro del culto cristiano el día sábado específicamente?

En los primeros siglos del cristianismo, el Domingo, día de la Resurrección del Señor, es la base de la ordenación de la semana y de toda la santificación del tiempo. Poco tiempo después, antes de la formación incluso del Triduo Pascual, se tiene la celebración del viernes, como recuerdo semanal de la muerte de Cristo en la cruz. A fines del siglo I y en el siglo II encontramos ya en la patrología de Tertuliano y Clemente de Alejandría los miércoles y viernes como el día de Estación, es decir día de ayuno y oración con carácter penitencial.

1.- Santa María en semanal sábado: memoria facultativa

La costumbre de dedicar el sábado al la bienaventurada Virgen María, comienza en la liturgia de Occidente hacia el siglo X. El historiador B. Capell cree que la dedicación del sábado a la Virgen tuvo su origen por iniciativa del consejo de Cario Magno, el benedictino irlandés Alcuino (735 804), que introdujo en el Suplemento al Sacramentario Gregoriano siete formularios de misas votivas, que debían ser distribuidas a lo largo de los siete días de la semana. El último de éstos era precisamente el De Sancta María; sin embargo, aún que no es del todo seguro esta designación atribuida a Alcuino. Esta idea no sólo fue acogida en seguida, sino que el sábado se afirmó luego sólidamente como día de la Virgen, dando comienzo a una tradición que no conocerá discontinuidad ni altibajos a lo largo de la historia.

Los primeros documentos indudablemente explícitos que hablan del sábado como día consagrado a la memoria de la Virgen, son de principios del siglo XI, aunque reflejan una práctica ya casi generalizada; por lo que su origen debe fijarse, ciertamente, al menos en el siglo anterior. En efecto, san Pedro Damiano (1007 —1072) atestigua que "en algunas iglesias se ha introducido la bella costumbre de celebrar el sábado, los oficios en honor de María, salvo que haya otra fiesta o bien durante el tiempo de cuaresma". Idéntico testimonio podemos constatar en los escritos de Bernardo de Constanza (1054— 1100}, contemporáneo de san Pedro Damiano, el cual atestigua que "por todas partes, cada semana, el viernes se dice la misa votiva de la Santa cruz y el sábado de la Madre de Dios, no porque esté mandado, sino por devoción".

Nacido en un ambiente monástico, el sábado mariano se difundió pronto y rápidamente entre el clero y los fieles, de tal modo que el oficio parvo de la bienaventurada Virgen fue en el medievo una de las formas más populares de veneración de la Virgen.

San Pío V, después del Concilio de Trento, introdujo la costumbre medieval de esta celebración de María en sábado en los nuevos libros litúrgicos del Breviario (1568) y del Misal de (1570) haciéndolo, de este modo, oficial y común para toda la iglesia latina.

También el actual Calendario Romano renovado, en las normas sobre el Año Litúrgico, recuerda que "en los sábados durante el año, en los que haya ninguna memoria obligatoria, se puede celebrar la memoria facultativa de la bienaventurada Virgen maría", "memoria antigua y discreta —dice la Marialis Cultus— que la flexibilidad del actual Calendario y la multiplicidad de los formulario del Misal hacen extraordinariamente fácil y variada".

En verdad, con ta reforma litúrgica posconciliar, la Liturgia de las Horas y el Misal Romano se han visto enriquecidos por nuevos elementos marianos, con beneficio también del sábado, dedicado a la Santísima Virgen.

Dentro de la búsqueda de una motivación por encontrar el significado mariano del sábado, encontramos algunas justificaciones de este culto, sobre el que no se ha hecho todavía plena luz histórica. Es a partir del siglo XII cuando se comienza a ponerlo con relación al tema redentor de los dos días contiguos: viernes y domingo, Tratándose en cierto modo de razones de convivencias, de valor relativo.

a) Gn 2,3 Como Dios bendijo el séptimo día y lo santificó respetando los demás días de la semana, así bendijo a María más que a cualquier otra criatura llenándola de gracia.

b) Dios en el séptimo día llevó a cabo la creación y cesó de todo trabajo Gn 2,2; sábado significa reposo; pero el verdadero reposo lo encontró en María, a quien la liturgia aplica las palabras de la sabiduría: "El que me creó reposó en mi tienda" (Sir 24,8) c) Como el sábado prepara el domingo, así María es la más cercana a Cristo y la que lo introdujo a él. D) El sábado en que Jesús estuvo en la tumba. María fue la única que conservó intacta y sólida la fe. Esta razón es la que más se toma en cuenta en la actualidad, podemos decir, la más válida. El sábado, entre el viernes de la pasión y el domingo de la resurrección, escribe M. Magrassi, está lleno de la fe de María, es como si toda la fe de la iglesia se recogiese en ella. Mientras la fe se oscurecía en todos, ella, la primera fiel, fue la única que mantuvo encendida la llama, inmóvil en la oscuridad de la fe, fuerte en el tiempo de la duda. Una vez más en Iglesia se identifica con ella, que al pie de la cruz fue llamada a ser madre de todos. Finalmente, el sábado precede la resurrección. María vivió el misterio del dolor que le fue profetizado por Simeón: "Una espada traspasará el alma" (Le 2,35).

f) También María estuvo al pie de la cruz, en donde fue hecha partícipe de los comienzos de la Iglesia, nacida del costado traspasado de Cristo, que al morir dio comienzo a Pentecostés (Jn 19, 30b). Este acontecimiento pone de manifiesto la relación de María con el Misterio Pascual, y es uno de los fundamentos del lugar único que ella ocupa en la Iglesia, inmediatamente después de Cristo.

2. Celebración litúrgica en honor a Santa María de El Pueblito.

Con lo expuesto hasta aquí, podemos dar ya una respuesta a una de las preguntas con que iniciábamos este apartado: cuál es el sentido de la celebración mariana dentro del culto cristiano el día sábado específicamente.

Solamente nos queda tratar de responder a la cuestión del ¿porqué una celebración de tinte mariano dentro del tiempo pascual?

Para responder a esta pregunta, pienso, baste tomar en cuenta las tres últimas justificaciones presentadas más arriba, las que relacionan a María de una forma íntima y directa con el acontecimiento pascual de Cristo.

Sin embargo, la celebración que nuestra Provincia Franciscana celebra cada año como la fiesta litúrgica por excelencia en honor de Santa María de El Pueblito, ha sido resultado de una petición a la Santa Sede, y ésta, con la aprobación debida la ha situado como lo hemos visto anteriormente en un sábado del tiempo pascual. Para nosotros, religiosos de san Francisco, ¿qué provoca esta celebración, qué aporta a nuestra provincia, parte de recordarnos una identidad propia, con una advocación mariana muy especial como lo es la de Santa María de El Pueblito, y la de hacernos sentir hermanos, cobijados bajo la intercesión y el auxilio de una Madre amorosa?

Es bueno recordar que el tiempo pascual es símbolo de su presencia que trasciende a través del Espíritu. Jesús inspira el aliento nuevo de vida a través del Espíritu, generando una responsabilidad que tomará rostro en las actitudes de los discípulos, para llevar a cabo la misión confiada, continuadora del maestro y Señor.

El testimonio de la resurrección de Jesús trae la exigencia concreta de forjar comunidad como un espacio privilegiado donde Dios quiere crear hombres y mujeres diferentes.

La presencia del Espíritu como fruto principal de la Pascua, se evidenciará en la medida en que dicha comunidad sea contraste, signo, testimonio, en función salvadora de los demás, pecadores y marginados, como lo ha sido María en la historia de la redención. Es, por tanto, una comunidad para la conversión, para transformar personas.

Finalmente: celebrar a Santa María de esta forma tan especial como lo hacemos nosotros, compromete, puesto que cada vez que la Iglesia celebra a María dentro del misterio cristiano, significa no otra cosa, sino que quiere vivir el Misterio de Cristo con María y como María.

Quiero presentar en seguida un texto por demás interesante de los praenotanda de la Colletio Missarum, en donde la figura de María que nos ofrece la liturgia en las celebraciones marianas es especialmente sugestiva: La ejemplaridad de la Bienaventurada Virgen, que emerge de la celebración litúrgica, introduce a los fieles a hacerse semejantes a la Madre para configurarse mejor con el Hijo. Les mueve a celebrar los misterios de Cristo con los mismos sentimientos y actitudes que tenía la Virgen junto a su Hijo en el nacimiento, epifanía, muerte y en la resurrección, les apremia para custodiar diligentemente la palabra de Dios jubilosamente y darle gracias con alegría; para servir fielmente a Dios y a los hermanos y ofrecer generosamente la vida por ellos: para rogar al señor con perseverancia e invocarle confiadamente; para ser misericordiosos y humildes; para observar la ley del señor y hacer su voluntad; para amar a Dios en todo y sobre todo; para ser vigilantes en espera del señor que viene (Praen. Coli Missn.°17).

Atendiendo a esa ejemplaridad de figura de María ofrece la liturgia! Iglesia quiere ten muy presente hora de celebrar misterio de Cristo y proponerlo a la contemplación vivencia de que celebramos misterio. Uno de los textos que ha llamado mas mi atención, aparte del anterior por su denso contenido de los paraenotanda de la colletiu missarum es la siguiente:

La iglesia que quiere celebrar el misterio de Cristo con María, a causa de los vínculos que lo unen a ella experimenta continuamente que la bienaventurada virgen esta siempre a su lado, sobre todo en la sagrada liturgia Madre y como auxiliadora.

¿Qué debemos entender por vivir el misterio de Cristo con María? Ante todo, es advertir "las actitudes que el Evangelio nos muestra en la Madre del Señor: de presencia discreta y de tensión contemplativa, de silencio y de escucha, de constante referencia al Reino y de apremiante solicitud por todos los hombres" (orientaciones para el año mariano numero 10). María pues está siempre en el umbral del misterio, invitándonos a entrar en el como ella lo hizo, con absoluta fidelidad a la misión que le fue encomendada, con una fe nutrida en la meditación de la palabra divina conservada en su corazón, con un profundo espíritu de oración y de esperanza en la obra de Dios y con un amor muy generoso para con los hombres que han de recibir el anuncio de la salvación.

¿Que debemos entender por vivir el misterio de Cristo como María? Maria es también un modelo de la actitud espiritual con que la iglesia celebra y vive los divinos misterios (Mc 16). Esta afirmación, hecha por pablo VI al comienzo de la sección de la Marialis Cultus dedicada a proponer a la virgen maría como modelo de la iglesia en el ejercicio del culto, es una consecuencia también de la ejemplaridad de la figura de la madre de Dios que emerge de la liturgia. Pero además corresponde perfectamente al hecho del reconocimiento de María como modelo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con pristo (cf. LG 63). Hacerse semejantes a la madre para configurarse en el Hijo. Así reza la introducción al n,° 17 de los praenotada de la colletio missarum. Y que es la celebración de la memoria de la santa madre de Dios en el año litúrgico y la ejemplaridad de la figura de María que emerge de la liturgia en orden a vivir el misterio de cristo con ella y como ella, contribuyen poderosamente a realizar los fines de cada acción litúrgica que no son otros que configurar cada dia mas a los hombres y mujeres a Cristo, reproduciendo en ellos el misterio pascual.

Termino diciendo, como la celebración de María en cualquier tiempo del Año litúrgico nos exhorta a mirar a María principalmente como medio, y no tanto cómo fin de culto cristiano. Pues María es nuestra compañera, es nuestro modelo a seguir de cómo rendirle culto debido a la Augusta Trinidad.

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